El papa Francisco ha pensado que el 2024 se un «Año de Oración», que permita recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y de adorarlo, como preparación al Jubileo del próximo año. Un Año de Oración para agradecer a Dios los múltiples de su amor, para expresarle a Dios lo que guarda el secreto de nuestro corazón, para abrir una vía hacia la santidad expresada en la fraternidad y en el compartir con todos, para hacer del Padre Nuestro el programa de vida de los discípulos de Jesús.
Esta iniciativa es una oportunidad privilegiada para redescubrir el valor de la oración, para constatar la necesidad de la oración, para formarnos en la oración y especialmente para orar con humildad y confianza por toda la humanidad y la iglesia. La realidad que vivimos manifiesta una evidente carencia de espiritualidad que lleve a cada persona a asumir su vida con seriedad y a situarla dentro del proyecto de Dios. Es necesario, por tanto, promover esa relación íntima y personal del creyente con Dios.
Cuando la persona ora como es debido, algo cambia en ella y a su alrededor. En realidad, cuando se le permite, Dios interviene en nuestra vida; de lo contrario, no tendría sentido orar. No será, por tanto, un año con una programación de iniciativas particulares, sino la oportunidad de fortalecer la vida de oración de cada bautizado revitalizando la oración de toda la iglesia a partir de la liturgia y de otras prácticas conocidas, que nos lleven a hacer más intensa y eficaz nuestra relación con el Señor.
En este sentido, pueden ser útiles las siguientes sugerencias. Darle a la Eucaristía del domingo una fuerza especial, como una ocasión para glorificar a Dios al descubrir su amor y su plan de salvación a partir de la Palabra que se proclama y del memorial de la Pascua de Jesús que se celebra. Perfeccionar y hacer más frecuente la «lectio divina»como un diálogo en el que escuchamos a Dios y le entregamos nuestra vida. Aprovechar cada vez más las «Horas Santas» de los jueves como espacios de contemplación y de adoración.
Igualmente, conviene promover la oración en familia invitando a bendecir a Dios con palabras sencillas al comenzar y al terminar el día, antes y después de las comidas y en los momentos más decisivos e importantes de la vida. Es necesario motivar a rezar el Rosario, una oración evangélica y popular, que siempre llena de paz y fortaleza. También es posible y muy útil la programación de retiros espirituales en las parroquias a través de los cuales se dé una enseñanza sobre la oración y, sobre todo, se dé ocasión de orar.
La persona, no deformada en las líneas esenciales de su humanidad, cree espontáneamente en la existencia de Dios y desea encontrarse con él en lo más íntimo de su ser. El medio más eficaz para esta relación es la oración. La oración se vuelve un diálogo en el que Dios nos habla y espera que le respondamos. la oración surge, entonces, en la historia de siempre original del ilimitado y gratuito amor de Dios a cada uno de nosotros y la necesidad irresistible de responderle con nuestro pobre amor humano.
Por lo tanto, para el cristiano rezar por rezar no tiene sentido. Sólo adquiere valor de trascendencia la oración capaz de lograr la síntesis capital entre religión y vida, entre plegaria y realización de la propia misión.
Por eso, los métodos y técnicas psicológicas para ponernos en estado de oración, aunque útiles en un proceso de concentración, por sí mismos no logran lo esencial.
El objetivo primordial y último de la oración es la unión con Dios y esto va más allá de lo psicológico, es una realidad de otro orden muy superior, el de la gracia. Esta unión es siempre iniciativa de Dios mismo que responde a nuestro deseo de entrar en comunión con él dándonos su Espíritu para que, incorporados a Cristo, experimentemos la alegría inefable de ser sus hijos llegando a una vida de reconciliación, de servicio mutuo, de verdadero amor con nuestros hermanos.
Monseñor, Ricardo Tobón Restrepo, Arzobispo de Medellín….Misión..marzo- abril 2024.