La herencia del carriel

En días pasados ardió la patria. Nada raro, porque aquí arde todos los días. Esta vez el incendio se originó en la Cámara de Representantes cuando un grupo de parlamentarios propuso un proyecto un proyecto de ley que busca declarar el carriel como patrimonio de la Nación. Hace años una ley declaró el sombrero vueltiao símbolo cultural y nada pasó, pero bueno…sigamos.

Independiente de si era oportuno ocuparse de un tema aparentemente banal para estos tiempos, de si es un asunto que divide regiones en vez de unirlas o una oportunidad más para casar peleas con el político sin el que muchos colombianos no pueden respirar, la arriera de corazón que habita en mí no pudo dejar de pensar en mis pasados campesinos y en sus viejos carrieles, que usaron hasta el último día de su vida, y que a la hora de su muerte ya tenían fila de nietos que querían heredarlos.

Alguien alguna vez describió el carriel como «un escaparate ambulante». Tenía razón. Estos bolsos, cuyo nombre dicen algunos que proviene del inglés «Carry all», carga todo, entre nosotros son una síntesis de la vida del paisa en el que dependiendo de su oficio de colonizador, agricultor, guaquero o arriero, lleva la aguja de arria para rematar aparejos y coser heridas de los animales. Cáñamo. Camándula, crucifijo y novena. El almanaque Bristol. Los dados y el naipe. Una caja de mentolín y un frasco de Veterina. El espejo, la peinilla, la barbera y el jabón de tierra. Vela de sebo, plata, navaja, tabaco y yesquero. Herraduras y clavos de herrar. La carta perfumada, la foto y un cachumbo de pelo la mujer amada. Libreta de apuntes. Lápiz, cancionero, cuerdas del tiple y un amuleto para evitar los peligros del camino. En el de mi papá estuvo siempre una foto plastificada de Nohemí Sanín y otra de Luz María Osorio, mamá de Carolina Cruz, según él, la mujer más linda del mundo.

En realidad más que una pila de chécheres, lo que cargaban nuestros campesinos en su carriel eran valores intangibles. Un legado de amor por el trabajo y por la familia; la honradez, reflejada en las mercancías, el oro o el dinero, a veces verdaderos capitales que transportaban, cuidaban y entregaban intacto a su dueño; la limpieza del cuerpo, la fuerza del alma que tomaban de las canciones del tiple y el azar de la vida contenido en los juegos con que se entretenían al comenzar la noche, mientras disfrutaban uno o dos tabacos antes de dormir.

En los «secretos», como se llaman los bolsillos ocultos, guardaban la palabra empeñada, que honraban en el amor y en los negocios. La gallardía para reconocer en sus errores. La humildad para pedir perdón o perdonar. su sentido de la responsabilidad para terminar los proyectos emprendidos. La dignidad para reclamar lo justo. La lealtad con los amigos y la defensa férrea de sus convicciones.

¡Ay, caramba! Más allá del carriel en sí, ¡díganme si todo esto no debería ser recuperado como patrimonio inmaterial, soñado y casi que sagrado de nuestro país!.

Elbacé Restrepo… Por encimita … Artículos y crónicas (algunas inéditas) 2012-2022 -(pag- 152- 153.. Todográficas..2023

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