La mayor forma de pobreza de los seres humanos no es la material, como suele creerse, sino la pobreza de espíritu, que los lleva a la convicción de que no pueden salir de la situación en la que se encuentran. Cuando nos quejamos y a la vez nos quedamos sentados, cruzados de brazos, esperando a que alguien resuelva los problemas por nosotros, asumimos una posición de víctimas, en lugar de vernos a nosotros mismos como agentes de cambio.
La riqueza de espíritu es un estado mental que hace que las personas se vean a sí mismas con control para resolver sus problemas o, si su realidad no les permite cambiar su situación material, por lo menos para asumir sus circunstancias con libertad. Ejemplo de esto último son Nelson Mandela y Viktor Frankl. Pese a la privación de la libertad física que vivieron ambos en algún momento de sus vidas, el primero se repetía a sí mismo: «soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma», y el segundo afirmaba que «el hombre, en última instancia, es su propio determinante (…). De sus decisiones y no de sus condiciones» depende en qué tipo de persona se convierte.
Hay personas que tienen un sueño claro, que hacen esfuerzos por conocerse a sí mismas y saber qué les mueve el corazón y qué les da sentido a sus vidas. Son persona que tiene la determinación para elegir el destino al que quieren llegar, que quieren comerse el mundo y no dejar que el mundo se las coma a ellas. Saben que del tamaño de su riqueza depende sus sueños. Por lo que se dan a la tarea de recordarse a sí mismas que tienen más opciones, que aquellas que les ofrece su realidad del momento.
Cuentan, además, con una valentía envidiable. Saben que el mundo es de los valientes, y los valientes son los que nunca se rinden, lo que, a pesar de las dificultades, son capaces de levantarse y seguir adelante persiguiendo sus sueños. tienen una pasión, un compromiso, una disciplina y una determinación que en ocasiones pueden rayar con la terquedad, pero en realidad lo único que hacen frente a los desafíos y las dificultades que se les presentan es reintentarlo todos los días. Saben que lo más importante no es si uno gana o pierde, sino cómo afronta la situación, si se pone las botas y da la lucha o si se esconde de ella. Su resiliencia les ayuda a resignificar lo vivido, a aprender de la experiencias difíciles y a adaptarse a las nuevas realidades para continuar.
Están dispuestos a tomar riesgos y a innovar, y están preparados para aceptar la derrota. No le temen al fracaso, porque saben que este nunca es definitivo. Son conscientes de sus miedos y asumen las equivocaciones como un «método» para encontrar los caminos que no son, en lugar de una forma de perderse en el camino. Como alguna vez dijo Thomas Alva Edison, «no fracasé, solo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla». Al observar el mundo así no padecen la indecisión propia que generan los miedos, sino que entienden que para triunfar hay que fracasar. Y como no le tienen miedo al fracaso, tampoco le tienen miedo al éxito.
La fuerza en el corazón se convierte en un motor impulso muy poderoso que depende , finalmente, de cómo se ve cada uno a sí mismo. Es una riqueza de espíritu que nada ni nadie puede arrebatar y que hace que, independientemente de la situación en la que cada uno esté, tenga el ímpetu para generar nuevas posibilidades y ver en los desafíos oportunidades. Solo el que se conoce a sí mismo y tiene claro a qué aspira y a qué le teme tiene suficiente fuerza en el corazón para caminar su propio camino, conectar el sueño con la acción, meter a mucha gente en su y convertirse en agente del cambio.
Juliana Mejía Peláez… El Tiempo… diciembre 2023